jueves, 23 de julio de 2009

EL 20 DE JULIO

El viernes 20 de julio de 1810 un florero, un insulto y una bofetada desataron en una tienda de la Calle Real de Santafé la revolución que nueve años después, el 7 de agosto de 1819, culminaría con la independencia de nuestra Patria en la Batalla de Boyacá. La reyerta de la Calle Real no fue un hecho casual, sino la gota que rebosó la copa de la exasperación de los criollos por las arbitrariedades de los españoles. El florero de Llorente fue el pretexto para abrir las compuertas a las represadas ansias de libertad que se venían gestando de tiempo atrás con hechos como la Insurrección de los Comuneros en 1781, la impresión por Nariño de la Declaración de los Derechos del Hombre en 1794, la redacción por Camilo Torres del Memorial de Agravios en 1809, los movimientos independentistas que se sucedían en las provincias y la conciencia de los criollos para dirigir sus propios destinos.
Después de 199 años de haberse redactado el Acta de Independencia por don José Acevedo y Gómez, acerquémonos a la verdad histórica, aunque pasemos por aguafiestas. La fecha del 20 de julio que celebramos los colombianos, no fue propiamente un grito de independencia sino un clamor de reclamo contra las pésimas administraciones españolas.
En realidad, el 20 de julio de 1810 se inició el cambio de dependencia, pues se dejó a España para caer en manos de Inglaterra; ataduras que a más de comerciales fueron financieras, pues a partir del malhadado empréstito ‘negociado’ por Francisco Antonio Zea en Londres, las deudas de guerra comprometieron por años los albores de la república.
Las potencias y sus representantes comerciales impusieron las condiciones tras la fugaz toma del poder por José Mará Melo y los artesanos. Desde mediados del siglo XIX hasta la secesión de Panamá en 1903, se mantuvo el predominio de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
El orgullo patrio herido por lo del istmo se cambió por un plato de lentejas de 25 millones de dólares que configuraron la indemnización por Panamá, y desde entonces y con distintos grados se obedece la doctrina del presidente Marco Fidel Suárez de réspice pólum o estrella polar, apelativo con el que Don Luciano Pulgar designó a Estados Unidos como guía inmodificable de Colombia.
La dependencia desde entonces ha sido comercial, financiera, cultural y últimamente se ha acentuado la dependencia militar, en sentido contrario al péndulo de la historia.
Los gobiernos colombianos han ido haciendo desaparecer el concepto de soberanía, y difuminado completamente el de independencia: En 1951, se enviaron 4.300 soldados colombianos a Corea del Sur, en apoyo al ejército norteamericano. Recientemente, se apoyó la invasión a Irak y, ahora, sin respeto por la Constitución se negocia la instalación de tres bases aéreas –en Apiay, Malambo y Palanquero, y dos navales –en Bahía Málaga y Cartagena, en los que las tropas estadounidenses tendrán status especial o inmunidad diplomática y no serán cobijadas por las leyes nacionales.
Tenemos ante nosotros un panorama nada alentador que hace recordar la proclama del Libertador Simón Bolívar cuando decía: “he arado en el mar”.
El Libertador, cuya egregia figura se yergue meditabunda, cargada con la fatiga de cien campañas y abrumada por la decepción de nuestras divisiones y rencores.
Estimados alumnos: la Patria son las líneas del horizonte que primero se nos grabó en la memoria; es el municipio que primero recorrimos, es la provincia a que luego se extendió nuestro conocimiento; y subiendo y creciendo es el país cuyo gentilicio llevamos, y cuya geografía e historia se nos enseñó desde niños, junto con las leyendas de nuestros antepasados.
En consonancia con tal consagración, demos gracias a Dios por habernos hecho nacer donde nacimos, por habernos otorgado la facultad de decidir el destino de nuestra República. Para bien o para mal, Colombia será lo que nosotros pensemos, lo que hagamos, las resoluciones que tomemos, nuestras debilidades o nuestra fortaleza.
Entremos con decisión, con optimismo, con fe, en los nuevos capítulos de su historia, que no podrán tener otra dimensión sino aquella que seamos capaces de darles.
Jose Hernan Castilla